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06 noviembre 2015

En proceso de canonización de Fray Manuel Romero Arvizu 06/nov/15

Este viernes se realizó una misa solemne para trasladar los restos mortales del primer Obispo de la Prelatura de Jesús María El Nayar.

Los restos del señor Obispo emérito, Fray Manuel Romero Arvizu OFM, se trasladaron del panteón de Jesús María a su catedral, en la misma población.

La misa la celebró el Obispos de la Prelatura de Jesús María, El Nayar, J. Jesús González Hernández y otros sacerdotes.


Acudieron varios feligreses y los cánticos de la misa solemne fueron interpretados  por las Hermanas Misioneras Franciscanas de Jesús y María, que Fray Manuel Romero fundó.

Una gran anuncio informaba de este evento tan importante para la comunidad católica.

Para este hecho histórico acudieron familiares del Obispo Manuel Romero,entre ellos el ex alcalde del municipio de Etzatlán, Bonifació Romero Velador, quien es su cuenta de Facebook publicó lo siguente:
Gratos recuerdos guardamos del Tío-abuelo Fray Manuel Romero Arvizu O.F.M.
Vamos (el jueves) al lugar que por mucho tiempo lo acogió. ( Prelatura de Jesús María el  Nayar)
Sus restos serán exhumados como parte del proceso de canonización que a su persona están realizando, por ello pido oraciones para el, así como seguro estoy el también orará por todos nosotros!

El viernes publicó:

Regresando muy contentos por este evento tan significativo para la comunidad de Jesús María, Nayarit, la comunidad franciscana, la familia Romero y desde luego para el tío Manuel Romero OFM a quien hoy en su aniversario luctuoso homenajearon de una muy bonita manera!
Con fotos de Bonifacio Romero Velador

Fray Manuel Romero es persona ilustre de Etzatlán.

Más datos aquí
LA VIDA DEL OBISPO MANUEL ROMERO EN LA PRELATURA
El Santo Padre Beato Juan XXIII tuvo la voluntad de aceptar esa idea de las personas que comenzaron a decir: “Tenemos que mandar a alguien allá, a la sierra”. Así, el 13 de enero de 1962, que está aquí a la vuelta, pero han pasado cincuenta años, el Papa hizo un Bula, un documento escrito, por el que erigía esta Prelatura Nullius de Jesús y María, El Nayar. 
Finalmente, ustedes ya saben la historia reciente, muchos de ustedes, incluso, la vivieron y hoy esta historia viva la queremos ofrecer a Cristo, nuestro Señor. Ya saben cómo llegó el Sr. Obispo Fray Manuel Romero Arvizu, con un título rimbombante, a mí se me hacía, yo estaba chiquillo, estaba en el Colegio Seráfico, y le dieron un título muy rimbombante: Prelado Nullius de Jesús María del Nayar; y yo decía: “Nullius ha de ser algo muy importante”, ya se me empezaba a olvidar el latín y después me voy dando cuenta que ‘Nullius’ quiere decir: sin nada ni nadie, el Obispo solo. Le dieron la mitra desde luego, porque la mitra siempre representa una parte de la Iglesia que es importante: la jerarquía. Y entonces les dijeron a los habitantes de aquí: “Tendrán un Obispo y ese Obispo vendrá al Nayar”. 

Llegó aquí el Sr. Romero con su vestidura episcopal, incluso con una cauda episcopal, porque se usaba en ese entonces. Gracias a Dios ahora a los Obispos se nos ha aligerado nuestras vestiduras. Él llegó con su capa episcopal, todos sus arreos pontificios y llegaron aquí, hasta a la puerta de la catedral. Él bajó en un caballo, en un burro, sabrá Dios en que habría bajado, y pasó el río como se pasaba entonces, pues no había la canastilla, que pusieron después. Llegó en la avioneta y cayó allá en la pista, como decimos aquí, y, bueno, lo trajeron. Él entró, hizo su entrada con poquita gente. Ahora cómo será, cómo el Obispo Romero verá desde el cielo a todos nosotros, a todo su pueblo que tanto quiso. Y entonces él llegó aquí a la catedral. Y él me contó un día que llegó aquí a la catedral y la puerta la tenían cerrada, porque iban a hacer el rito de entrada, de toma de posesión, y entonces se rezaba el Salmo 23: “Ábranse, puertas eternales, que va a entrar el Rey de la Gloria” (7) y entonces él daba con el báculo a la puerta y segundo: “Ábranse, puertas eternales, que va a entrar el Señor de la Gloria”, y como traían al Santísimo, porque habían celebrado en esta capillita, que ahora es una capillita, antes era como la casa episcopal y entonces traían al Santísimo. Y tercera vez: “Ábranse, puertas eternales”. Y, cuando se abrió, dicen que todos los presentes, sabe si están aquí algunas gentes de ese tiempo, a lo mejor doña Roberta, se acordarán mejor de ese día, entonces cayeron todos al suelo, de repente todos al suelo, con todo y ornamentos; todos al suelo, porque al abrirse la puerta de la catedral, salió una bandada, decimos aquí de chinacates, de murciélagos. Y dice el Sr. Romero que entonces se le encogió el corazón, se le encogió el corazón, porque dijo: “Es mi catedral y parece una cueva”. Entonces dice que entró, se levantaron como pudieron y entraron las autoridades tradicionales, la chirimía, la dancita tradicional y entonces dice el Sr. Romero que, cuando iba caminando, el corazón seguía encogido; pero cuando llegó al trono, un trono que le tenían allí preparado, él se sentó y, al sentarse, dijo: “Cristo, nuestro Señor, nació en una cueva”. Y entonces, dice, se le pacificó su corazón, entonces sintió que Dios estaba aquí y que Dios lo había mandado aquí. El Sr. Obispo Romero era un hombre de fe. Si hubiera sido otro, quizá yo, hubiera dicho: “Se me hace que me devuelvo”. Y entonces él entró a la Catedral, tomó posesión y comenzó, comenzó una ardua tarea que duró 28 años completos, difíciles, duros, trabajosos, de ir a donde podía, sin saber dónde quedaba; si le hablaban de San Juan Peyotán, pues, a la mejor allá entre dos, tres o cuatro cerros pudiera estar el pueblito; pero iba él caminando, viendo para un lado y otro. Y, bueno, él comenzó a abrir este camino de la Iglesia, siempre con la mitra puesta, porque entonces decían: “Es el Obispo que llega” “¿Quién es el Obispo? ¿A qué vine?”, decían y preguntaban. Todavía cuando llegué yo preguntaban: “¿Y a qué viene el Obispo?”. Y entonces poco a poquito fueron comprendiendo que todos los hermanos indígenas y mestizos de la Prelatura formaban parte de la Iglesia y que el Obispo era el garante de la presencia de Cristo y, aquí está lo importante, de estar unidos a la Iglesia con Pedro, llevara el nombre que llevara: Juan XIII, Pablo VI, Juan Pablo II y ahora nuestro Papa Benedicto XVI. Entonces el Sr. Romero acuñó una frase que decía: “Con Pedro, siempre con Pedro, nunca contra Pedro”. Yo creo que los que son, sobre todo, de aquí de Jesús María se acuerdan de esta frase, era como su lema de él, porque quería hacer presente al Papa y con el Papa sentir que la Iglesia estaba con él y que lo reforzaba y que lo acompañaba en su tarea pastoral.

Poco a poquito fueron viniendo misioneros franciscanos y se fue formando también un grupito que después dio vida a los primeros diocesanos, la iglesia diocesana, un sueño de los Obispos: tener su iglesia diocesana y entonces comenzó a haber uno y otro. El Sr. Romero alcanzó a ordenar cuatro sacerdotes para nuestra Prelatura. Y con ellos, con los demás hermanos, con las Hermanas Misioneras Franciscanas de Jesús y María, que él fundó, entonces comenzó una evangelización por todo lo largo y lo ancho de la sierra, y él anduvo por todos los lugares, siempre acompañando a las comunidades; también él con mucha fatiga, donde podía, como podía, se trasladaba. Aquí en Jesús María es muy famosa la mula que tenía el Sr. Obispo, muy buena, grandota, que le llamaban “La Palmolive”, era su transporte aquí en la sierra. Ahora la recordamos en estos cincuenta años, pero ese fue el medio como Dios le dio a entender al Sr. Obispo: “Trasládate, ve, camina, no tengas miedo, Yo estoy contigo”. Y así fue. 

Durante 28 años el Sr. Obispo, Fr, Manuel Romero entregó su vida aquí. Y empezó a formar pequeñas parroquias, comunidades, empezó a darle un poquito de estructura a la iglesia diocesana, hasta llegar precisamente a la corona de todo padre que es el tener sus hijos propios, y entonces tuvo a los cuatro primeros sacerdotes diocesanos de la Prelatura.
Y, bueno, después de este periodo, me tocó a su servidor, me llamaron a mí para que continuara esta labor. Yo quiero decirles que, por ser una persona de banqueta, cuando me dijeron que iba a ser el Obispo, me dio más miedo que ahora que me decían que me tocaba la homilía o esta partecita que me está tocando, y entonces me dio tanto miedo, me dio tanta reticencia a lo que venía. Pero poco a poquito fui encontrando las comunidades y me fui enamorando. La sierra enamora, a los que venimos de fuera, nos enamora, y entonces poco a poquito fui descubriendo que el Señor estaba aquí y que el Señor tenía su plan y que no era yo ni eran los que me acompañaban, mis colaboradores y misioneros y misioneras, sino era el Señor que nos llevaba adelante. 

Y fuimos comenzando poco a poquito a estructurar. El Sr. Romero alcanzó a hacer un plan pastoral, porque al principio, imagínense, Durango, Zacatecas, Nayarit, Jalisco, partecita de Sinaloa, toda la sierra, no era cosa de decir cómo le hacemos, qué línea tomamos, en la sierra no podíamos tomar ninguna línea pastoral, porque es un mosaico de culturas y de gente y de sentimientos; y entonces teníamos que ir con mucho cuidado dándole a cada quien lo que el Señor nos iba revelando y que se necesitaba. Al principio, el primer plan pastoral era un plan muy sencillito y decía, fíjense, era tan sencillo que su objetivo general iniciaba diciendo: “Unidos al Sr. Obispo”. Se acuerdan que había algunos sacerdotes, de estos con tanta experiencia que nos enseñaban: tantas palabras, no se pueden pasar, al final tiene que acabar con el Reino de Dios, verdad. Así lo hicieron y bueno. Yo pongo el acento en “Unidos al Sr. Obispo”, porque entonces cada misionero, imagínense, uno en Durango, otro en Zacatecas, otro por acá en la costa, ¿qué hacían? ¿cómo le hacían? ¿qué línea? ¿cómo se organizaban? Bueno, pues el Sr. Romero tuvo esa feliz idea, junto con los misioneros de ese tiempo, algunos están aquí presentes, y entonces formaron el primer plan pastoral y entonces dijeron: “Lo primero que necesitamos es, antes que nada, estar unidos al Sr. Obispo, porque vamos a hacer un trabajo de conjunto y el Obispo tiene que ir como adelante de nosotros. Bien, así pasó la historia.
Y después, cuando me tocó a mí, yo quiero como de forma anecdótica recordar que todo, esta casa estaba en adobe, todo en adobe, y decía el Sr. Romero: “Oye, cuando tú seas el Obispo (porque yo llegué como coadjutor, aquí de ayudante), cuando tú seas el Obispo no vayas a arreglar, porque yo aquí encontré huarachitos y tierrita”. Y yo le dije: “Señor, pero yo ya voy a querer unos zapatos para caminar, no se apure, no se aflija, vamos viendo”. Quiero decirles ese paso, si quieren de una forma muy anecdótica, pero es el paso de lo que no se sabía por dónde caminar y de repente comenzamos a ver el camino y entonces se comenzó a dar un cambio. Vinieron frailes muy eruditos; fíjense, a veces se piensa que a la sierra vendrán los que no quieren estar en la ciudad o no nos quieren en la ciudad, que se vayan allá a la sierra, o a los que les guste andar allá por los cerros, y entonces descubrieron tanto el Ministro Provincial como el Obispo de entonces y su servidor, ya cuando me tocó, que deberían venir los mejores frailes, como en la evangelización de México, no vino cualquier fraile, verdad, todos los grandes frailes de la evangelización de México fueron los que pusieron las bases de la civilización, vamos diciendo, del pueblo mexicano, de la república que ahora disfrutamos con sus instituciones. Fueron los frailes los que empezaron a decir vámonos por aquí y comenzaron a hacer sus catecismos y otras cosas…
HOMILIA DEL OBISPO EMERITO, FR. JOSE ANTONIO PEREZ SANCHEZ, 
EN LA EUCARISTIA DE CLAUSURA DEL AÑO JUBILAR DE LA PRELATURA.
Transcripción del audio original por Fr. Alejandro Legazpi Romo, OFM, y 
redacción final por Fr. Pablo Betancourt Castro, OFM.

CANONIZACIÓN
En el sentido literal, canonizar significa incluir un nombre en el canon o lista de los santos. A lo largo de los siglos, las comunidades cristianas han compilado numerosas listas de sus santos y mártires. Muchos de esos nombres se han perdido para la historia. La obra más completa que existe sobre los santos, la Biblioteca Sanctorum, abarca actualmente dieciocho volúmenes y menciona a más de diez mil santos con sus vidas y milagros.
LOS NUEVE PASOS EN EL PROCESO DE CANONIZACIÓN


Lo que sigue es una descripción del sistema de canonización, con toda su circunspección, tal como existía aún en fecha tan reciente como 1982:

En la práctica, el proceso de canonización involucra una gran variedad de procedimientos, destrezas y participantes: promoción por parte de quienes consideran santo al candidato; tribunales de investigación de parte del obispo o de los obispos locales; procedimientos administrativos por parte de los funcionarios de la congregación; estudios y análisis por asesores expertos; disputas entre el promotor de la fe (el "abogado del diablo") y el abogado de la causa; consultas con los cardenales de la congregación. Pero, en todo momento, únicamente las decisiones del Papa tienen fuerza de obligación; él sólo posee el poder de declarar a un candidato merecedor de beatificación o canonización.

Bajo el antiguo sistema jurídico, una causa de éxito pasaba por las siguientes fases típicas:

1) Fase prejurídica. Hasta 1917, el derecho canónico exigía que pasaran por lo menos cincuenta años desde la muerte del candidato antes de que sus virtudes o martirio pudieran discutirse formalmente en Roma.
Durante esa fase se permiten, sin embargo, una serie de actividades extraoficiales. Primero, un individuo o un grupo reconocido por la Iglesia puede anticiparse al proceso con la organización de una campaña de apoyo al candidato potencial

2) Fase informativa. Si el obispo local decide que el candidato posee los méritos suficientes, inicia el Proceso Ordinario. El propósito de ese proceso es suministrar a la congregación los materiales suficientes para que sus funcionarios puedan determinar si el candidato merece un proceso formal. A tal fin, el obispo convoca un tribunal o corte de investigación. Los jueces citan a testigos que declaren tanto a favor como en contra del candidato, que de ahí en adelante es llamado "el siervo de Dios".

3) Juicio de ortodoxia. Es un proceso concomitante, el obispo nombra unos funcionarios encargados de recoger los escritos publicados del candidato; al final, se reúnen también cartas y otros escritos inéditos. Los documentos se envían a Roma, donde en el pasado eran examinados por censores teológicos, que rastreaban eventuales enseñanzas u opiniones heterodoxas; hoy, los censores no intervienen ya, pero los exámenes continúan realizándose.

4) La fase romana. Es aquí donde empieza la verdadera deliberación. En cuanto los informes del obispo local llegan a la congregación, se asigna la responsabilidad de la causa a un postulador residente en Roma. Hay unos doscientos veintiocho postuladores adscritos a la congregación; la mayoría de ellos, sacerdotes pertenecientes a órdenes religiosas.

5) La sección histórica. En 1930, el Papa Pío XI instituyó una sección histórica, especializada en causas antiguas y en ciertos problemas que el proceso puramente jurídico no era capaz de resolver. En primer lugar, las causas para las cuales no quedan ya testigos presenciales vivos se asignan a esa sección para su examen histórico; las decisiones sobre la virtud o el martirio se toman en esos casos mayormente a partir de pruebas históricas. En segundo lugar, muchas otras causas se remiten a la sección histórica cuando algún punto controvertido requiere un examen de archivos u otra clase de investigación histórica.

6) Examen del cadáver. A veces se exhuma, previamente a la beatificación, el cadáver del candidato para su identificación por el obispo local. Si se descubre que el cadáver no es el del siervo de Dios, la causa continúa, pero deben cesar las oraciones y otras muestras privadas de devoción ante la tumba. El examen se realiza únicamente para fines de identificación, aunque, si resulta que el cuerpo no se ha corrompido, tal descubrimiento puede aumentar el interés y el apoyo que recibe la causa
7) Procesos de milagros. Todo el trabajo realizado hasta este punto es, a los ojos de la Iglesia, el producto de la investigación y del juicio humanos, rigurosos pero no obstante, falibles. Lo que hace falta para la beatificación y la canonización son señales divinas que confirmen el juicio de la Iglesia respecto a la virtud o el martirio del siervo de Dios. La Iglesia toma por tal señal divina un milagro obrado por intercesión del candidato. Pero el proceso por el cal se comprueban los milagros es tan rigurosamente jurídico como las investigaciones sobre el martirio y las virtudes heroicas.

El proceso de milagros debe establecer:

a) que Dios ha realizado verdadera un milagro – casi siempre la curación de una enfermedad – y
b) que el milagro se obró por intercesión del siervo de Dios.

De manera semejante al proceso ordinario, el obispo de la diócesis, en donde ocurrió el milagro alegado, reúne las pruebas y toma acta notarial de los testimonios; si los datos lo justifican, envía dichos materiales a Roma, donde se imprimen como positio.

8) Beatificación. Previamente a la beatificación, se celebra una reunión general de los cardenales de la congregación con el Papa, a fin de decidir si es posible iniciar sin riesgo la beatificación del siervo de Dios. La reunión guarda una forma altamente ceremoniosa, pero su objetivo es real. En los casos de personajes controvertidos, tales como ciertos papas o mártires que murieron a manos de Gobiernos que aún siguen en el poder, el Papa puede efectivamente decidir que, pese a los méritos del siervo de Dios, la beatificación es, por el momento, "inoportuna". Si el dictamen es positivo, el Papa emite un decreto a tal efecto y se fija un día para la ceremonia.

9) Canonización. Después de la beatificación, la causa queda parada hasta que se presenten – si es que se presentan – adicionales señales divinas, en cuyo caso todo el proceso de milagros se repite. Las fichas activas de la congregación contienen a varios centenares de beatos, algunos de ellos muertos hace siglos, a quienes les faltan los milagros finales, posbeatificatorios, que la Iglesia exige como signos necesarios de que Dios sigue obrando a través de la intercesión del candidato. Cuando el último milagro exigido ha sido examinado y aceptado, el Papa emite una bula de canonización en la que declara que el candidato debe ser venerado (ya no se trata de un mero permiso) como santo por toda la Iglesia universal. Esta vez el Papa preside personalmente la solemne ceremonia en la basílica de San Pedro, expresando con ello que la declaración de santidad se halla respaldada por la plena autoridad del pontificado. En dicha declaración, el Papa resume la vida del santo y explica brevemente qué ejemplo y qué mensaje aporta aquél a la Iglesia.

Éste es, en esencia, el proceso por el cual la Iglesia católica romana ha canonizado durante los últimos cuatro siglos.


EL PROCEDIMIENTO ACTUAL PARA LA CANONIZACIÓN


Actualmente se mantiene el aspecto jurídico del viejo sistema – esencialmente, la celebración de tribunales locales ante los que declaran los testigos -, pero se aspira a comprender y valorar la forma específica de santidad del candidato en su contexto histórico preciso. A grandes rasgos, funciona como sigue:

La investigación y la recogida de pruebas están ahora bajo la autoridad del obispo local. Antes de iniciar una causa, éste debe consultar, sin embargo, a los otros obispos de la región para decidir si tiene sentido pedir la canonización del candidato; obviamente, en la moderna era de las comunicaciones instantáneas, un santo cuya reputación de santidad no trasciende los confines del vecindario es difícil de justificar. Luego, el obispo designa a los funcionarios necesarios para investigar la vida, las virtudes y/o el martirio del candidato. Una parte de la investigación incluye todavía las declaraciones de testigos oculares; pero lo que más importa es que la vida y el trasfondo histórico del candidato sean rigurosamente investigados por expertos entrenados en los métodos histórico-críticos. Se reúnen los escritos publicados e inéditos del candidato o relacionados con él, y unos censores locales los evalúan para comprobar la ortodoxia del candidato. En otras palabras, esa decisión ya no se toma en Roma. Aún así, el candidato debe pasar todavía una prueba de control de las congregaciones vaticanas interesadas y recibir el nihil obstat de la Santa Sede. Si el obispo queda satisfecho con los resultados de la investigación, envía los materiales a Roma.

El objetivo principal de la congregación es facilitar la confección de una positio convincente. Una vez aceptada la causa, la congregación designa un postulador y un relator. A partir de ahí, corre a cargo del relator supervisar la redacción de la positio. Ésta debe contener todo lo que los asesores y prelados de la congregación necesitan para juzgar la aptitud del siervo de Dios para la beatificación y la canonización. Debe contener, pues, un nuevo tipo de biografía, una que describa y defina sinceramente la vida y las virtudes o el martirio del candidato, teniendo en cuenta también todas las pruebas contrarias. Después, el relator elige a un colaborador para que redacte la positio. En el caso ideal, ese colaborador es un erudito originario de la misma diócesis o, cuando menos, del mismo país del candidato, e instruido tanto en teología como en el método histórico-crítico. En los casos más complejos, el relator puede recurrir a colaboradores adicionales, incluidos los seglares especialistas en la historia del período o del país particular en que vivió el candidato.

Una vez terminada la positio, ésta es estudiada por los expertos. Si es necesario, pasa antes por los asesores históricos. Luego, la examina un equipo de ocho teólogos elegidos por el prelado teólogo; si seis o más de ellos la aprueban, va a la junta de cardenales y obispos para que emitan su juicio. Si éstos la aprueban, la causa pasa al Papa para que tome su decisión.

Los relatores no tienen nada que ver con los procesos de milagros, que se juzgan de la misma manera que antes. La diferencia reside en que, desde la reforma, el número de milagros requeridos reside en que, el número de milagros requeridos ha sido reducido a la mitad: uno para la beatificación de los no mártires, ninguno para los mártires. Después de la beatificación, tanto mártires como no mártires sólo necesitan un milagro para obtener la canonización.

Vista en perspectiva histórica, la reforma representa una nueva fase de la evolución del proceso de canonización. En rigor, la congregación se ocupa ahora en primer lugar de la beatificación, no de la canonización; es decir, la congregación es esencialmente un mecanismo dedicado a estudiar la vida, las virtudes y el martirio de los candidatos propuestos por los obispos locales. Incluso a los mártires se los examina ahora en cuanto a sus virtudes, con el fin de comprobar si sus vidas encierran algún mensaje valioso para la Iglesia. Aunque la canonización sigue siendo el objetivo de toda causa, se trata, funcionalmente hablando, de un ejercicio auxiliar y a plazo indefinido, consistente en comprobar un milagro de intercesión que no agrega nada a la importancia del beato o la beata ni al significado que tiene para la Iglesia, si bien es la manifestación de Dios de Su deseo de que sea venerado por toda la cristiandad.

Este dossier pretende dar una visión sumamente genérica del tema referido. Hay infinidad de matices, procesos históricos y dilemas resueltos y por resolver que, desgraciadamente, son imposibles de explayar en un trabajo de estas proporciones. Sin embargo, tenemos la esperanza de dejar al lector con una mayor cultura respecto a un tema que, como escribía en 1985 el autor de un estudio popular sobre el Vaticano: "El misterio de la santidad y el proceso canónico, con todas sus dimensiones espirituales de intercesión divina, reliquias y milagros, es probablemente el mayor enigma de la Iglesia, después de la Misa misma".
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